miércoles, diciembre 29, 2004

Portaminas.-


Y es como la sombra de este portaminas
que retornas multiplicado
en colmena sin fin de mascarilla
Mezcla de perversión y suicido
Como la caricatura, el adorno,
El lápiz, la coma, la goma

Mascarilla mortuoria, fachada engomada
Goma

La tercera vencida del alfabeto griego
Gama
Goma

El tercero dialéctico que no gana
Gana
Desgana

La columna de la rima de amalgama
Gama
Ganas

El reino de víctimas,
De la perversión de ver ganar
En las fachadas engalanadas de tus ganas
Para que la goma borre su tocaya,
Para que el tiempo gane, mate, apague
De una vez este portaminas-de-sombras
Y portes las sombras de esta mina.
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Cloe

miércoles, diciembre 22, 2004

Dar vuelta la página.-


Cuando uno sale del colegio tiene todas las expectativas en el cambio de página, en la llegada de la U, en esos prometidos “nuevos ambientes” que alojan a un conglomerado y confuso pack de amigos, conocidos, compañeros y posibles “pior es nada”. Y si, uno conoce si gente nueva , y el primer año de la U es entretenido por eso, te das cuenta que hay gente más loca, fea, y gorda que uno, que hay más tarados y que en fin, no eres la única. Das gracias a abuela por la carbonada repetida, que en el casino sale por $1500, y por las monedas para el metro: Así uno va aprendiendo a ahorrar para el carrete y de paso a mentir sobre tus historias amorosas. Ese es el tiempo que tus profes te han prometido los frutos, por ende, no vas a cagarlas de buenas a primeras contando sobre la fomedad de un colegio de monjas, de un decepcionante amor platónico y de unas desgracias amistosas. Hay que decolorar la historia y tu pelo, cual casting color rojo-pasión.

Eso pasa, pero resulta que ese cambio de página no fue un borrón y cuenta nueva, primero porque no pude ni quise olvidar a ciertas personas y segundo, porque eso de control + alt + suprimir, nunca ocurre. Los problemas y las personas retornan, pero esta vez te pillan desprevenida. Y esa es la vuelta de las viejas fotos, de esas amigas que ya no lo son, pero que fueron importantísimas. Esas viejas fotos de los carretes, sin plata, sin permiso, sin auto, sin cigarros y sin de edad. Cuando prácticamente te tomabai las efervescentes ganas, recién conocías el distinguido carácter de los micreros y reconocías los públicos-objetivos de los garzones que nunca nos atendían o que simplemente nos echaban. Seguramente sospechaban del exceso de maquillaje, de los sostenes con relleno, de toda la producción que significa montar el teatro de ser “más grande” de lo que eres. De jugar a aparentar. En mi caso nunca tuve ese tipo de problemas, en los bares, de hecho creo que me confundieron con “la hermana grande de” o en la prima que se hacia cargo del jardín infantil; pero ese gigantismo nunca ha calzado conmigo, pues sigo siempre con las mismas expectativas sobre las cosas, como una pendeja siempre ansiosa de la página porvenir del el libro y que nunca llega más allá del índice, pero que siempre se te promete para un futuro. Ese disfraz del cuerpo maduro y experimentado tampoco me muestra, ni me sirve.

Con el tiempo conocí a la Lógica, el Ingles, a Kirk, la Química, la primera comunión, la confesión, la declaración, los calzones rotos, las piscolas y también la primera vez, pero siempre a la expectativa de “a la otra va a ser mejor”, “a la otra va a resultar” y el infaltable “todo es por algo”. Y cuando este año ya se termina, y cuando tengo agolpados sobre la cabeza las mil y una obligaciones y proyectos aún no cumplidos, me doy cuenta que ese futuro nunca llega, de que ese “más rato” aún espera. Y me aburrí. Me aburrí de escuchar los consejos de “luego saldrá el sol”, “no seas pesimista” y el “no seay cuática Cloe”. Me aburrí de esperar que las páginas se den vueltas por obra divina, astrológica o azarosa; como sea, me aburrí. Porque sí siento impotencia contra los micreros, las garzonas, y las ganas desvanecidas, contra las amigas que han cambiado y los intereses que hemos perdido, contra el paso del tiempo que descontrola mi memoria y la de esa mirada antigua que siempre retorna para enseñarme a perder, para hacerme reconocer que nunca me han gustado peinarme, que nunca me ha gustado ir a las discotecas y que no tomo piscola porque me pongo peligrosa. Ahora decido tomar distancia de las amigas de siempre, hundirme en las responsabilidades, disfrutar las evasiones y seguir, no hacia delante, sino hacia atrás. Y aunque no logré dar vuelta la página completa de mi pasado, pongo REW, para que de una vez por todas sea capaz del PLAY por mi misma, pues aunque este capitulo de mi historia no la olvide jamás, ya perdí de vista su argumento y su título: ¿“Viejas Amistades”?
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sábado, diciembre 18, 2004

Apolillada.-


Le tengo fobia a las polillas, así que me armo de zapatilla en mano y corro detrás del bicho que se posa en el techo de mi casa. Les tengo pavor, tanto como al hecho de envejecer y quedar arrugada, oscura, seca. Soy una asesina a sueldo de polillas, así como también de las viejas. Me imagino que así tienen lleno de polvos los orificios del cuerpo, de tanto tiempo, hijos, rabias, nietos, decepciones, cremas, extractos de yerbas, garbanzos y mañanitas que se ponen encima. Y da lo mismo si hablamos de polillas top o domésticas.

La señora Maria que es mi vecina, es de esas viejas top, siempre vigente aunque lleve la mitad de la historia de chile en su falda floreada, en su camisa con pliegues, hombreras al estilo locomía, y esos finos zapatos dorados sacados directamente de Aladino. Y corresponde que ante tan distinguida fachada de la señora, le siga una distinguida conversación. La verdad es que a mi no me interesa para nada que haya hecho una reineta al vapor con arroz blanco para sus tres nietos, y que la Gabriela se lo haya comido todo, el José la mitad y el Javier sólo el postre. Que en el Jumbo los yogurt estén 30 pesos más caros que en el almacén, y que mandó al conserje a que le arreglara la plancha, que me imagino debe ser a carbón. Esos deben ser los temas top de la tercera edad.
Al final no me interesa porque en mi depto. tengo a mi abuela, que también es personaje, pues aunque no sea pretenciosa y ande de pintora todo el día mandunguiando al cartero, a los vendedores, a mis vecinos y sus visitas, y a mí, también pertenece al selecto grupo del adulto mayor. Siempre ha sido así: doméstica. No me importa que mi abuela deje inundado todos los días el patio intentando mojar las plantas y su gruta, con tal de verla arreglándose los pies con un camote de fierro, lija, lima, cortaúñas, piedra pómez, tijeras y paños mil, una vez por mes basta. Y es esa es su gran empresa, es la teletón de su cuerpo y el descanso de mis vecinos, pues son sus 30 minutos de intimo acicalamiento. Llega a ser perverso verla inclinada, esforzada, como si estuviera concentrándose para tocarse las rodillas, con una pierna en el balde con agua y otra en la toalla que pelea a patadas con el perro. Como si estuviera haciendo Step o quizás Yoga. Una vez la quise ayudar con el huslero, pero no le hizo chiste y me dejó el poto morado. De ahí que no la molesto, pero me rió en silencio.

No importa que me despierte todas las mañanas con sus gritos en el teléfono, siendo que me amanecí estudiando. No me importa que deje entrar a mis vecinos mientras me baño, y que por ende a la llegada a mi dormitorio, me conozcan mis rollos aquellas potenciales distracciones de pasillo y escalera. No me importa que con 30 grados de calor me dé porotos, y el agüita de yerbas que es para bajar las grasas y que “deberías salir a caminar en las mañanas o ocupar la bicicleta” que tengo botada hace años, porque ya estoy acostumbrada al sedentarismo y ya no me importa ir con dolor guata en la micro camino a la U a causa de los porotos. Mi venganza es cambiarle al Julito Videla de la Tv o programarle una radio rockera para la hora de la siesta. No me importa que me diga que soy drogadicta cuando ve los reportajes en las noticias, aunque yo sólo huela a cigarro y cerveza cuando vuelvo de las fiestas. Esos son los detalles que tengo que aguantar. Tengo que aguantar que me abra la puerta y la ventana de la pieza, porque “la pieza está hedionda a encierro” y así me la llena de polillas. Así que siempre aguanto el correctivo, el consejo o lo que sea, espero que aparezca una polilla, y salgo tras ella para acorralarla y aplastarla con el zapato o con la cuenta del teléfono. Pero en silencio y con los ojos cerrados, pues a ese polvo le tengo miedo. No quiero apolillarme.
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miércoles, diciembre 08, 2004

Caras.-



Caras

Y te pongo caras
Y me miro
Y tu me miras
Y yo me miro
Pero no me miro
Porque me miras
Y cuatro ojos son multitud
Dejemos dos
Dejemos dos caras
Dejemos que se miren
Dejemos que las mires
Dejame mirarlas
Porque me miran
Y cuatro caras son multitud
Y me miras
Y te escribo
Y me miras
Y te escribo la cara
Y me miras con dos ojos
Mis cuatro ojos
Y me limpias la cara
Y me miras
Y te pongo caras
Que son dos caras
De una misma moneda tuerta.

Cloe
29.11.04
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viernes, diciembre 03, 2004

La comunidad del pie.-

Distinguidos y Jóvenes Compañeros de ruta:

La personalidad es un zapato. Por ejemplo nuestra amiga Paz, hippi, relajada, volátil, es una Alpargata. De hecho creo que es parte de su cuerpo el mimbre y el género que deja sus patitas aireadas y campestres en el cemento de esta conglomerada vorágine. Son suaves, están a ras de suelo y siempre sienten lo que pisan, sin olvidar que son susceptibles al cambio de color cuando uno quiera, es cosa de agarrar la tempera y listo, new look.

Mi profe de literatura en cambio es un mocasín, un tipo compuesto, sencillo, clásico, tradicional, ordenado y siempre listo a la flexibilidad del paso a seguir, de hecho siempre he creído que tiene familiares en el mundo de Robin-Hood, pero eso es un secreto. Es ajustado y alargado, oscuro y brillante, incluso tiene una hebilla dorada que recuerda sus historias de los tres mosqueteros.

Mi abuela entonces es un sueco, duro, seco, frío, sonajero y que siempre deja huella. Más específicamente, ella es un sueco de madera con cuero, esos con pinchos a los lados, porque pueden aguantar una hecatombe de pisadas de cabros chicos y siempre estarán listos para mandar un zapatazo de correctivo. Pero también está el sueco moderno, el de género y plástico, los que ocupa la Cristel, los que mueven el ombligo y le dan la alegría de las flores a las patitas mutantes de esos engendros recién bípedos. Mientras los de madera son controladoras, las de plástico son rítmicos. Porque debemos cuidarnos de no encerrar a todos dentro de un mismo zapato.

En cambio, la Elsa que está allí sentada, es un bototo, negra, enigmática, maligna, siempre en pose de querer aniquilar el mundo, siempre buscando que aplastar, desde un papel hasta una plasta, nada detiene aquellos tanques, ni la lluvia ni el calor, todo en ella pareciera indicar el control underground sobre el pasto, el cemento, el barro, es casi a todo terreno a no ser de agujetas fucsias que le dan el toque femenino y que tan buen style le dan en sus noches góticas.

En el ámbito laboral encontramos a mi mamá, ella es un botín de cuero, una especie de remake de Peter Pan en versión electro-acústica en su contacto con la baldosa. Es manejable, no aparatosa, pequeña pero con la fuerza suficiente para pisarte el dedo meñique, mientras caminas a pie pelado cuando vuelves tarde del carrete. También siempre listo para mojarse ya sea bajo la lluvia, de vuelta de la oficina, o en una trapeada de piso, a su llegada a casa.

Mi hermana chica es una zapatilla, de esas de moda. Es una Converse, en realidad es cualquier cosa que sea top, pero, siempre tiene como fundamento común, que sean en variedad de colores, de marcas cuáticas, chinchosas y en inglés. Pero aunque su Converse sea de base de lona, y no tenga mucha altura, da muestra de que servirá para grandes recorridos y nunca quedará mal en la ocasión que se le presente, pues puede ocuparla para ir a una disco y para ir a misa. Es la versatilidad de la onda que incluso la cuida de posibles esguinces gracias a su caña de colores y con dobleces brillantes incluidos. Pero recordemos que hay más zapatillas: están las deportivas tigre, gastadas y deshollejadas que ocupan los chiquillos de la esquina cuando pinchanguean, están los antiguos zapatos de colegio que ocupan los piroperos de al frente, que construyen un edificio, y también están las mutantes, estilo tribilin, mickey mouse, rainbow-bride o Spice Girls y que ocupan los chicos de hip-hop, reggetón, hxc, etc. Mientras mas grande mejor, pues si las zapatillas albergan a la gran masa, deben ser anchas, blanditas, versátiles y sueltas, capaces de acomodarse a medida. Me han dicho que algunas incluso tienen luces o resortes, esas seguramente llevan la onda electrónica y minimalista.

Mi conserje, en cambio, es una Ojota y es implacable como él solo. No hay invierno en que la ojota de neumático no se acompañe de un buen calcetín blanco y un pantalón de buzo. Pero en verano tampoco la olvida, porque ahí cambiamos el buzo y le agregamos un jeans cortados, dejando ver la suela de cuero no-incluido en la ojota pero producto de ella. Digamos que mi conserje lleva la moda local, trae el estilo directamente de las tardes de arduo desmalezamiento de Nacimiento. Y digamos también, que sus zapatos son los más aperrados, pues aunque por más cagados que estén, nunca se rompen, nunca se queman, en fin, hace que su cliente se sienta como un inmortal.

De todo eso me di cuenta hoy camino a esta comunidad. Incluso es necesario de que como para cada pie haya un zapato, se abra la posibilidad de que en algún tiempo pasado los pies de mis conocidos fueran otros, y por ende, podrían haber sido taco aguja, zapatilla chicle, bota, hawaiana, roller, etc.

En mi caso hubo una época en la que fui hawaiana, y estaba a la intemperie del suelo, agarraba todo lo que me encontrara en el camino, era ruidosa y floreada, a veces tenía brillantes lentejuelas y otras veces mostacillas. Luego de la primera patada me convertí, en una Chala, con correas, trabas y broches. Era de cuero, debía ser más resistente, aunque a veces podía volver al plástico, casi nunca duraba mucho, pues prefería tener algo que conservara mi pie seguro, que no metiera bulla y que pasara piola.

Cuando una de las correas cruzadas no dio más y se rompió, pase al zapato de colegio estilo Mafalda, que en mis tiempos de Media, eran lo in, lo necesario, lo útil y lo reglamentado. Con goma blanca y cuero negro mostraban el contraste perfecto entre lo que era y lo que pensaba ser. Y aún conservaba la traba que amarraría -desde chica- todos mis tatos.

Hoy por hoy, creo que, como todos, tengo problemas de personalidad, estoy en estado de pantufla sin trabas visibles, con hoyos, con la suela rota. Será por las tardes de vagoneta, por las largas noches, días y tardes en que me entierro en mi cama, será porque estoy agotada de arrastrarme por el patio, la cocina, hacer un alto en el baño y terminar en el negocio de la esquina comprando el pan. Sólo así se justifica que el algodón termine saliéndose de la cara del perro que saca la lengua. Ya le faltan sus ojos y tiene la mitad de la cara negra y no importa si tenga pie plano o me crea Mr. hyde, la cuestión es que parece que tiene hambre, pero ni modo: si no tiene lengua no puede comer.

Tengo claro compañeros, que hay algo común entre los zapatos: el hecho de que andamos de paseantes, nunca sabemos para donde vamos, y tenemos la tendencia de calentarnos con el uso exhaustivo e indiscriminado de la jornada diaria. Y aunque algunos tienen cuero sintético, otro animal, y de diferentes estirpes, ya sea de vaca, chancho, serpiente, caballo, hasta perro (si no me creen abran una historia universal) siempre seguimos siendo zapatos y no calcetín, soquete o pantys. Los zapatos de diferentes formas, de tallas, de colores, con o sin caña, con terminaciones, punta en v o roma, terminaremos reconociendo nuestro apellido “suela”, y esta es la famosa “sueledad”.

Del descubrimiento de la soledad que padecemos como zapatos pensantes, he decidido organizar una serie de conferencias de autoayuda, pues una suela bien llevada, cuidada y tomada en cuenta no acarreará problemas de podredumbre, hongo, cayos o juanetes, ya que si se acopla perfectamente con el resto del cuerpo, nos inundara el paso armónico y leve, y no tendremos necesidad de sacar bonos para ir al zapatero y esperar por la costura, el martilleo y la tintura, pues el real problema no es la suela, sino la relación de pies con el zapato: el uso que le damos a esa “sueledad”. Entonces, no nos podemos quedar parados sobre nuestra “sueledad”, pues si el tema está en el simple y llano pie pelado, y si a eso le sumamos el tener el “gusto en las patas”, daremos por necesario la búsqueda de canales de peatones dispuestos a dejar los pies en la calle por nuestra hermandad, sólo así sobrellevaremos las correas, trabas, calcetines, y polainas del futuro.

Por eso mi conserje ya es mi primer adepto y dice que tenemos que apretar chala y hacer uso público de la baldosa hace siglos no-encerada, que es nuestro derecho. Aboguemos, entonces, por la expulsión de la grasa de las micros y los chicles, por el uso masivo de las escaleras eléctricas, y démosle una mano a nuestros hermanos mas necesitados, los zapatos ortopédicos que en compañía de las plantillas, el día de hoy, expondrán su experiencia de vida: el como corregir la pata e’ cumbia de la presidenta de la junta de vecinos, doña Pata.
Posted by Hello