jueves, febrero 24, 2005

Ella .-

"Mujer bajando una Escalera" de M. Duchamp
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Ella es bastante estúpida. Se la ha pasado la mitad de su vida llorando por lo que no tiene, y que siempre está a la espera de tener. Ella tiene la insoportable manía de comerse la uñas, tomar coca-cola, toser en las conferencias, mascar chicle con la boca abierta, eructar en la mesa y encerrarse durante horas en el baño. Ella cree que las personas son naturalmente buenas pero no por eso capaces: no todos son capaces de entender sus arrebatos, sus mañas y sus obsesiones, porque ni ella se entiende.
Ella camina todos los días por las mismas calles, cierra su puerta con suntuosa puntualidad y memoriza la patente de la micro a la que se lanza luego de una ardua y sudorosa espera en algún paradero invisible. Ella se echa en el asiento, corta el boleto y lo hace lulos, escucha a la señora con las bolsas del supermercado que comenta las ofertas del pollo asado y de las galletas que se comió sin pagar.

Ella mira en los letreros eléctricos del “info-via”, y allí lee su horóscopo, el de su madre y el de su “pior es na’”, aunque no cree en esas cosas. Ella no cree que la asalten hoy, pero lleva con candado la mochila. Abre el cierre para sacar sus audífonos y escuchar sus canciones en español, mientras le ofrecen un chocopanda-naranja-piña-mora-chirimoya-supergiro-mustang a cien. Ella escucha a un gallego aturdido mientras mira por las ventanas al vendedor de helados recién atropellado y a la señora del supermercado que lanza gritos de pavor contra el chofer. Ella se lava las manos con su jabón en seco, cual pilatos sobre ruedas.

Luego de media hora ella baja en Estación Central, frente al restaurant de los choripanes de perro y camina hacia su U. Ella pisa los tomates, colas de pescado y espinacas que la feria ha dejado como alfombra de honor a tal personaje. Ella llega al edificio, no entra a clases, se sienta en la escalera y espera que pase algo interesante. Toma su coca-cola, prende un cigarro y sigue esperando. En realidad ella es bastante estúpida. Hace 3 años que se sienta allí y aún no sabe como se llama.

Cloe Posted by Hello

sábado, febrero 19, 2005

Manipulación.-



"Manipulación" o "No poner al alcance de los Niños"


Desde el tiempo de básica en los pasillos del ya difunto colegio teresiano de Independencia, conocí los rockelets, los fonsi, y las negritas, y también a distinguir que los Fonsi eran más ricos y caros que los filitos. Descubrí que el que ganaba era el que tenía más, y el que tenia lo más sabroso. Yummi. Lo que más me gustaba era el recreo, y las clases de artes, un poco menos eso si. Era fácil ponerle los cordones al zapato de madera. Pobres estúpidas llenas de loros, las pelo-pegoteado que no le achuntan a ni una. Y me pedían que se lo hiciera yo. siempre se los hacia, y desencajaba un solo extremo del cordón blanco. Así que mientras el promedio de niñas sólo tenía promedio 6, yo tenía el 7. Siempre competitiva, era una prominente alumna, sin muchas amigas. Bueno, ahora tampoco me llueven, pero antes era más mierda que ahora. De hecho, nunca me gustó conversar con la enana Graciela. Me acuerdo que siempre tenía una telaraña amarilla y verde bajo la nariz, que aunque le combinaban con sus ojos, me dejaban las manos saladas después del sem-sem. Tampoco me gustaba la Chauriye porque sus ancestros autóctonos me daban miedo. El día que me invitó a jugar a su casa, comimos sopaipillas y moldeamos greda. Lloré por dos horas en el baño hasta que mi papá me agarro por la cintura y como ternero me tiro en el auto. Llegué con ataque de pánico a mi casa, directo a la tina. Tuve pataletas y largaron el agua. Salí dos horas después, arrugada como pasa, pero pasa de uva blanca. Sin rastro de tierra. Y sonreí el resto de la noche. Ante el prominente problema mental que la primogénita auguraba, los padres liberales destinaron el sueldo del mes de mamá para la psicóloga, pediatra y espiritista. Así que me quitaron las barbies, tv grammas, juegos de té, y me regalaron la muñeca caribeña de ojos celeste. Me dejaron retener la pelota de plástico desinflada, unos peluches sin ojos y una caja llena de cachureos, un trompo y los lápices de cera: entretiénete con eso y tu sombra, dijo papito lindo. La Felicidad aconteció entonces por primera vez, era mi primer orgasmo infantil. Tenía todo el departamento pintado multicolor, como el chascón del canal 5 que cantaba la mariposa technicolor. Mariposas, flores, el colegio, la señora del kiosko y la infaltable y majestuosa montaña de los andes se elevaba desde el comedor hasta la pieza de mis papás. Y aunque no recuerdo golpiza o castigo, se que empapelaron la casa con papel craft hasta cuando me dio por romper los zapatos con tacos de mi mamá. Si quería ser libre tenia que hacerlo dañando: haciéndo lo prohibido, y para eso había que manipular a mis papitos.

Cultive el arte de la manipulación de a poco. Y hasta que llegó el día de la presentación de fiestas patrias, mis papás desconocían la capacidad para dramatizar, actuar, mentir y fingir. Era lejos el guaso más charro, sufrido, transpirado y de bigote corrido que pisara tal escenario. Aunque ese día haya sido la protagonista de la historia de la Carmela de San Rosendo, brotó en mí el primer gran anhelo y la primera gran obsesión. Quería ser la mujer. Siempre me tocaba hacer de conejo, de árbol, de policía, de piloto, o de cura. Incluso el dia de la raza que hicimos el baile araucano, me lo tomé con alegría. Aunque yo tenía alma alemana. Tomémoslo así, es más histórico. Histórico es que me hayan elegido a mi como la única machi. De nuevo recité y de nuevo me aplaudieron. Me aplaudieron las frustraciones de aquellos deseos abortados. Y si todo deseo movía los hilos de una gran trama, de la que mis padres trataban de escapar, estimulando las áreas creativas, yo tenía que adelantarme y perfeccionar la estrategia.
Los días pasaron olvidados, y mis padres no me dieron mayor bola hasta que gané el primer y penúltimo concurso de dibujo. Era la época en que las leyes del tránsito se mezclaban con el greenpeace y las ballenas baradas. Dibuje una fábrica, y tire un escupitajo restregado por toda la hoja de papel roneo, que hacían de smog. ¡Y qué palabra!, me sonaba a alemana, tailandesa o quizás francesa. “SMOG” era como de elite. Era de las buenas palabras como “Quix”. De esas que decían en el informe especial o la vieja (en ese entonces joven) rubia de las noticias de guerra que mi papá tan turnio miraba. Pero todo quedó allí, porque el primer premio había sido un diploma y un rompecabezas, y yo quería la bolsa con superochos y doblones del tercer lugar. Me decepcioné del arte, los colores ya no servían para tan tamaña hambre. Mi abuela se echo a reír y me dijo que cuando grande fuera doctora o abogada, porque ellos siempre tenían el mueble del living lleno de álbumes de fotos, floreros, manteles y muuuchos chocolates. Cho-co-la-tes. La segunda gran obsesión y el más asiduo deseo.

Ya pasado el susto artístico, mis papás intentaron meterme en la música. Intentaron con panderos, metalófonos, flautas, matracas, pero nada. Es que la niña fascista era oyente. Tenía buen oído y buenas piernas, ¡mira Jorge como baila con el negro Juan Antonio Labra en la tele! le decía mi abuela a su yerno. Como era el primer retoño, fotos iban y venían, y se inflaba la vanidad de la ya cuatro ojos. Evidentemente los lentes me acarrearon la burla de los amigos del edificio, que sumada a los yogurts robados del refri, las galletas, los chocolates, las leche condezada con milo y las largas tardes frente al atari, no me dotaban de las habituales piernas de mondadientes de las niñas de mi edad. Pero como lo que me sobraba era comparable a la astucia, o “habilosidad”, instale un inminente cambio de especias. Reduje las burlas por el control monetario, dejándo a mi familia sin jugo en los almuerzos. A 5 pesos la porción de jugo seco Yupi. Porción que era una cucharadita. Si era de frambuesa cobraba 10 pesos porque era el que más teñía y más costaba. A final del primer mes, yo ya tenía 100 pesos y 5 vecinos en el consultorio. Nunca más me invitaron a tomar once en sus casas, ni a sus cumpleaños. Me descubrieron, y los papas bajaron a mi departamento a hablar con una de mis pocas nanas estables: La Vero.
Con ella descubrí los juanetes, el blondor y los bodys ajustados. Las alpargatas iberia y los jeans libáis. Pero como ella era vecina mía también, no pudo quejarse con mis papás porque o sino se quedaba sin "Cloesita", y como me quería tanto para pagar las cuentas y las salidas con su cabo, su pololo señor carabinero, prefirió darme 50 pesos y decirme que no comentara nada con nadie. Tampoco con la Dany. Su sobrina. Y es que el nombre estaba de moda, como el de Carolina, Felipe y Francisco.

Su sobrina vivía en la casa contigua a la mía y se pasaba por la ligutrina para venir a ver conmigo, tiradas en la alfombra, el Carrusel de las Américas. Cuando cantábamos las propagandas ella siempre terminaba adolorida, y yo, como de costumbre, me burlaba de ella. Hasta que llegó un día sin amígdalas y muda. Me asuste dos horas. La Vero la tubo una semana acostada en mi cama, usando mis zapatillas y mi tele. Y ya no era susto lo que me daba. Y como la “niña” tenía sensible la garganta, sólo comía yogurt de frutilla. Mis yogurts de frutilla. Por cosas del destino, me dió colitis y fiebre, llegaron las abuelas, volando en sus carrozas de mimbre, a atenderme con sus arroz con leche y sus panes tostados con mantequilla derretida. En cuestión de minutos a la Daniela se la llevaron para el lado, su lado, y yo volví a tener el control remoto y el de la cuchara de lactosa. La cosa de la obsesión por la mis cosas fue el punto final de toda estrategia. El sentimiento de pertenencia movilizó toda manipulación. Pues el juego era el del deseo, jodiéndo hasta el cansancio, hasta que mis papiiiititosss se cansaron de mí, y me trajeron un ratón con dos ojos verdes y brillantes, de pelo claro y más blanca que las calpany. Macarena. Mi hermana menor. Mis papotes me trajeron una hermanota. La versión remasterizada de mí. Con nombre más largo y ojos claros. Las manipulaciones, luego retornarían más complejas, pues ahora tendría que dominar a otra ficha. ¡Y qué tanta explicación doy!, ¿que culpa tengo yo? ¿Quién no es alguien, siéndolo, a través de otro? ¿Quién no necesita el reconocimiento? Si el presidente de entonces exigía un No, yo NO, también po’. Y como se estilaba eso del obligar…¿Quién no fue feliz robando?¿Mintiendo?¿Comiéndose la colación de la compañera? ¿Botando a la niña down por la ventana del furgón del Tio Marcelino? ¿Quién no es feliz recordando tamaños daños? ¿Quién no es feliz aprendiendo a leer “no poner al alcance de niños” mientras abre la caja de pastillas?.
Cloe Posted by Hello