lunes, enero 10, 2005

De lo bueno, poco.-


Mi vida siempre ha estado fragmentada, como si fuera una película que se cortara cada 5 segundos. Cuando chica sentía que era una injusticia o que quizás el poco tiempo tenía que ver con la proporción del cuerpo, o la acumulación de experiencias. Crecí y nada, las cosas no han cambiado, o mejor dicho, cambian siempre. Ahora me encuentro con una relación forzada a terminar, con un cariño enorme pero corto. Como si cada corte me diera el tiempo de poner una nota a pie de página de dicho relato. Como si cada historia tuviera que ver con que a esta persona que dejo partir, me mostrará que el mundo es un pañuelo, y cuan trágico se puede volver el no tener un elite a mano.

Mi-primera-mejor-amiga, aunque suene largo, la conocí cuando iba en Quinto Básico, en un colegio público de Independencia. Su nombre era Francisca Andrea, y como yo me llamo Andrea Francisca, pensábamos que eso era cosa del destino. Tuvimos una amistad llena de chubis, filitos, chesters y kapos de piña. Jugábamos a la pinta en un comienzo, y al final competíamos por los 7 en los controles de divisiones de decimales. Siempre teníamos las mismas zapatillas y los mismos chapes. Eso si, yo nunca me comí las uñas. Y creo que fue lo único que le dejé. Le enseñe a ocupar el esmalte con sabor a ajo, y le regale un corta uñas. Ya no había excusa, si quería tener las uñas cortas, se las debía arreglar con el dichoso aparato de tortura dérmico.

Cuando me cambié de colegio y comuna, cambie de vida. Conocí a las monjas cuicas y las niñas arribistas de agendas pascualinas, conocí los jeans de moda y el inglés avanzado, ante el cual yo sólo sabía responder con el ies, jelou, y el gud bai. Allí también tuve mis secuelas amistosas. Tuve muchas amigas, por corto tiempo, que como ruleta rusa se acercaban esporádicamente al número ganador, que era yo, y al poco tiempo eran lanzadas afuera del casillero cuando el conflicto nos superaba. Pero ninguna ha marcado los segundos, como los marcó la Francisca y su actual Reencarnación.

Y es que ahora, ya en la U, creo fielmente en la reencarnación. Ahora que toco el timbre de esta mujer que conocí hace un mes, y con la cual sólo compartí dos semanas. Ahora la abrazo y pienso que no debería dejar Santiago, porque siempre he querido una hermana mayor, y porque ella cumple todos los requisitos. Ella deja su caja de embalaje a un lado, me abraza y lloro. Y aunque ella no se llame ni Andrea, ni Francisca, le digo las palabras que por el poco tiempo juntas suenan a falsas, le acaricio su melena rubia y le digo que siempre la estaré esperando para que conozcamos juntas la Blondie. Me siento en el piso y me sirve una de sus agüitas de yerbas. Me dice que estaremos en contacto por mail, y yo le digo que “si”, y que “claro”, y que por supuesto que la recordaré, y que siempre será mi lámpara de velador favorita y que sus consejos amorosos son mis consignas. Y ella me mira con cara de impactada, como si esto no lo esperara, como si mi resignación a los finales tristes no fuera otra cosa que llorar mientras tu amiga se muerde las uñas. Y lloro porque sé que cuando se muerden las uñas la función se acaba y el acomodador te pasa la cuenta, te pide sacar conclusiones y prepararte para el próximo thriller. Como dice mi abuela: “De lo bueno, poco”.
Cloe. Posted by Hello

1 comentario:

Roberto Arancibia dijo...

Qué linda historia, Cloe.
Te leí en Planeta Blogs y viene hasta acá para decírtelo.

cariños,

R.